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El guaraguao
Era una especie de hombre, huraño, solo. No solo: con una escopeta de cargar Antes de la lectura
por la boca y un guaraguao.
Un guaraguao de roja cresta, pico férreo, cuello aguarico, grandes uñas y plumaje • ¿Sabes que son las
negro. Del porte de un pavo chico. aves carroñeras?
Un guaraguao es, naturalmente, un capitán de gallinazos. Es el que huele de más • ¿Qué función crees
lejos la podredumbre de las bestias muertas para dirigir el enjambre. que desempeñan las
Pero este guaraguao iba volando alrededor o posado en el cañón de la escopeta aves carroñeras en la
de nuestra especie de hombre. naturaleza?
Cazaban garzas. El hombre las tiraba y el guaraguao volaba y desde media poza
las traía en las garras como un gerifalte.
Iban solamente a comprar pólvora y municiones a los pueblos. Y a vender las huraño. Poco
plumas conseguidas. Allá le decían “Chancho-rengo”. amigable, no
—Ej er diablo er muy pícaro pero siace er Chancho-rengo... sociable.
Cuando reunían siquiera dos libras de plumas, se las iba a vender a los chinos férreo. Resistente
dueños de las pulperías. y fuerte como el hierro.
Ellos le daban quince o veinte sucres por lo que valía lo menos cien. gerifalte. Halcón, ave de
Chancho-rengo lo sabía. Pero le daba pereza disputar. Además, no necesitaba presa.
mucho para su vida. Vestía andrajos. Vagaba en el monte. andrajos. Harapos, jirones.
Era un negro de finas facciones y labios sonrientes que hablaban poco. esbirro. Persona contratada
Suponíase que había venido de Esmeraldas. Al preguntarle sobre el guaraguao para realizar acciones
decía: violentas.
—Lo recogí de puro fregao... Luei criao dende chiquito, er nombre ej Arfonso. acechar. Vigilar, espiar.
—¿Por qué Arfonso?
—Porque así me nació ponesle.
Una vez trajo al pueblo cuatro libras de plumas en vez de dos. Los chinos le dieron
cincuenta sucres. ©Freepik
Los Sánchez lo vieron entrar con tanta pluma que supusieron que sacaría lo ©Shutterstock
menos doscientos.
Los Sánchez eran dos hermanos. Medio peones de un rico, medio sus
esbirros y “guardaespaldas”.
Y, cuando gastados ya diez de los cincuenta sucres, Chancho-rengo
se iba a su monte, lo acecharon.
Era oscuro. Con la escopeta al hombro y en ella parado el
guaraguao, caminaba.
No tuvo tiempo de defenderse. Ni de gritar. Los machetes
cayeron sobre él de todos los lados. Saltó por un lado
la escopeta y con ella el guaraguao.
Los asesinos se agacharon sobre el caído.
Reían suavemente. Cogieron el fajo
de billetes que creían copioso.
De pronto, Serafín, el mayor de los
hermanos, chilló:
—¡Ayayay! ¡Naño! ¡Me ha picao
una lechuza!
Pedro, el otro, sintió el aleteo
casi en la cara. Algo alado
estaba allí. En la sombra.
Algo que defendía al muerto.
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