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DUA. Representación
El párrafo descriptivo
Quizás el párrafo descriptivo sea el más difícil de perfeccionar y uno de los más bellos recursos en la escritura, ya
que los párrafos descriptivos dan lugar a tu creatividad y te permiten recrear imágenes y sensaciones respecto a
un tema, un objeto, un hecho, una persona, un lugar o una historia. El objetivo del párrafo descriptivo es hacer que
el lector viva y se enfrente a los hechos y temas que vas a tratar.
Técnicas para escribir un buen párrafo descriptivo
Siempre muestra y presenta el objeto, persona o hecho sobre el que vas a
1. hablar en el párrafo. Puedes hacerlo al inicio, o en la mitad, después de
haberlo caracterizado y descrito algunas de sus cualidades.
Siempre recuerda hacer descripciones sorprendentes (pero no exageradas
2.
e irreales). Procura que tus descripciones atraigan al lector.
Un buen párrafo descriptivo debe hacer sentir al lector lo que sentiste
o sientes cuando estás frente al objeto o hecho, cuando lo miras, lo tocas,
3.
lo escuchas o lo percibes. Para lograr eso, debes recurrir a recursos literarios
como la metáfora o el símil.
Evita describir con palabras poco precisas como “bueno, interesante,
4. hermoso…”. Utiliza, en cambio, adjetivos específicos y que evoquen ©Shutterstock
emociones y sensaciones.
Trata siempre de apelar a todos los sentidos del lector: la vista, el olfato,
el oído, el tacto, el gusto. De esta manera, podrá hacerse una idea clara de
5.
los espacios, de los objetos y de los personajes. Esto le hará sentir que,
realmente, está frente al objeto o dentro de los hechos.
Para describir, piensa cómo se ha de sentir tal o cual objeto. ¿Qué sentiste
6. cuando presenciaste el hecho? Intenta reproducir esas emociones y
sensaciones para tu lector.
Observa el siguiente párrafo descriptivo.
Después de las lluvias, el río había crecido tanto que llegó a inundar las casas que
crecían a unos metros de su orilla. Cuando llegamos al lugar, transportados por un ©Shutterstock
helicóptero, pudimos ver, entre los árboles, el agua que corría acelerada, como si
estuviera enfurecida, mientras arrastraba a su paso los troncos de los árboles. En
aquellas aguas incontrolables, los árboles se convertían apenas en ramitas delgadas y
débiles que no lograban flotar en la corriente. La selva parecía crujir cuando el río la
atravesaba. O acaso era el rugido del río que se elevaba en el aire y era más fuerte que
el batir desesperado de las hélices de nuestros helicópteros. Incluso en el aire, lejos de
la corriente, nuestra piel se erizaba al presenciar tal espectáculo, y era inevitable sentir
un profundo temblor en nuestros pechos. Nadie hablaba, nadie se atrevía a decir
nada: creíamos que era mejor mantener el silencio, como si el río pudiera escucharnos
y elevar su fuerza hacia nosotros. Aquel río se sentía vivo, como serpiente gigantesca
que reptaba sobre la tierra y hería a las montañas y a la selva a su paso.
96 Lengua y Literatura
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